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De las imágenes a las palabras

  • Foto del escritor: Juan Camilo Puentes
    Juan Camilo Puentes
  • 20 ago
  • 3 Min. de lectura

Dicen que una imagen vale más que mil palabras. En el mundo contemporáneo, esta frase se ha convertido en una máxima. La influencia de las redes sociales ha desplazado el gusto hacia las palabras por una serie de productos audiovisuales, en el mayor de los casos, extremadamente accesibles, sugestivos y vertiginosos. En general, buscamos que sean las fotografías, los posts y los reels los que hablen por nosotros y los que describan lo que ocurre a nuestro alrededor. Sin embargo, el culto apasionado por lo figurativo puede ser pernicioso en un tiempo en donde la escritura y la lectura crítica, reflexiva y compleja son cada vez más imprescindibles.


Para que el universo de las redes sociales funcione correctamente debe construirse bajo la lógica de lo efímero: lo produzco, lo consumo, lo desecho. Nada es consistente y perpetuo, precisamente, para que nuevos contenidos, percepciones y experiencias reemplacen todo lo existente. Es como si se tratara de un bucle sucesivo en donde las expresiones están destinadas a cambiar constantemente de forma, a obligarse a llegar a nuevas audiencias, a colonizar los dedos ingenuos que, en últimas, otorgan la aprobación formal de lo que está bien o de lo que es correcto. En fin, es un universo repleto de imágenes, sombras y secuencias destinadas a alimentar las necesidades transitorias y artificiales del nuevo mundo.


En contra de la rapidez de estos formatos, está lo escrito. Quizás, la reticencia de las nuevas generaciones hacia la lectoescritura sea precisamente por el esfuerzo temporal que hay que conceder, muchas veces, sin ninguna retribución inmediata, sin ningún like de regreso, sin ninguna muestra de aprobación. Se escribe y se lee, en parte, para compartir nuestra mirada del mundo con los demás, para descubrir que esa perspectiva no es la única, ni la última, ni la hegemónica, para reconocer que vivimos en un mundo diverso lleno cuestiones y retos. Pero también, nos involucramos en lo escrito, en la literatura, en la poesía, en el ensayo, en la historia, en la filosofía, para tratar de encontrarle algún sentido a la existencia y poder encajar en ella.


Dicen que Cervantes era un aficionado a la lectura. Era tal su manía que se agachaba para leer los trozos de papel que encontraba por las calles. Según Andrés Trapiello, Cervantes consignó su propia afición en el Capítulo IX de la Primera Parte del Quijote: «Estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero; y como yo soy aficionado a leer, aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado desta mi natural inclinación, tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía, y vile con caracteres que conocí ser arábigos».


En tiempos hipermodernos, enfrentarnos con un cartapacio arábigo es el menor de los obstáculos. Cualquier IA podría traducirlo en instantes. Podríamos, incluso, tener acceso en línea a todas las obras del autor del Quijote, a lo que escribieron los españoles que lo precedieron, o ir más allá, hasta los romanos o los griegos. Pero el meollo no es el acceso a la información, es no tener voluntad para hacerlo. De ahí, la incapacidad de muchos educadores por lograr que sus estudiantes desarrollen amor por la escritura y la lectura. Cada vez más, para nuestra desgracia, vivimos entre una generación que anhela ser influencers o instagramers, y que escribe y lee poco o nada.


Podríamos enumerar los múltiples beneficios del universo escrito. Para no ser tendencioso, me quedo con la respuesta que dio Fernando Vallejo en alguna entrevista: se lee y se escribe simplemente para pasar el tiempo mientras llega la muerte. Eso ya, de por sí, es más que una victoria. Pero, además de ello, creo que la clave del progreso de una sociedad está en la forma en la que crea discursos, los comparte con otros, los critica cuando es necesario, en fin, cuando delibera en torno al bien común. Claramente, no lo haremos obnubilados a través de las redes sociales. Posiblemente, hoy en día, el refrán tenga más sentido a la inversa: mil palabras valen más que una imagen.


Recomendado de fin de semana: ¿qué libro se puede recomendar para comenzar a amar la lectura? Uno corto, profundo y sorprendente: Siddhartha de Hermann Hesse.

 
 
 

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