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Un poeta

  • Foto del escritor: Juan Camilo Puentes
    Juan Camilo Puentes
  • hace 2 días
  • 3 Min. de lectura

Hace poco más de un mes se estrenó Un poeta, la película colombiana escrita, coproducida y dirigida por Simón Mesa. Aclamada en Cannes y recientemente en San Sebastián, sitúa como epicentro narrativo la vida, el contexto y el universo en el que habita Óscar Restrepo, un poeta antioqueño, errático, beodo y definido a sí mismo como «un sempiterno, un perpetuo soñador». Más allá de sus críticas o halagos, es una película disruptiva. En el cine colombiano tradicional, el objeto estético por excelencia ha sido la violencia (expresada en sus múltiples formas: en el conflicto armado, en la desigualdad económica, en el olvido estatal, en la segregación social, en fin), no el arte.


A primera vista, la película nos recuerda que Colombia ha sido (y sigue siendo) una tierra de poetas. Una columna, claramente, sería insuficiente para mencionarlos a todos y todas. Sin embargo, en el imaginario colectivo guardamos algunos nombres que han pasado a la historia como la representación nacional de nuestro sentimiento poético. Quizás fue la fama que desataron en vida, la irreverencia de sus espíritus, o la infinitud de sus versos lo que permitió que nunca fueran olvidados. Hoy en día los evocamos en billetes, bustos, imágenes, colegios, auditorios, calles, postales y, por supuesto, en sus poemas. Apostaría a que la mayoría de colombianos habrá escuchado alguna vez algún verso de José Asunción Silva, Porfirio Barba Jacob o León de Greiff.


Óscar Restrepo, el protagonista de Un poeta, idolatraba al primero. De Silva podríamos decir con total seguridad que su obra ha sido la más circulada en el país gracias a la conmemoración que le han hecho los billetes de cinco mil, el antiguo y el nuevo. Bogotano, de familia aristócrata, agraciado físicamente, fue el pionero del modernismo en Colombia. Viajó a Europa en donde se impregnó de toda la cultura finisecular europea. Conoció a Stéphane Mallarmé y, algunos dicen también, que entrañó una buena amistad con Oscar Wilde. En mayo de 1896, arruinado emocionalmente por la pérdida de su amada hermana, después de haber quebrado como comerciante y haber perdido buena parte de sus escritos en un naufragio, presumiblemente se suicidó disparándose directo en el corazón.


Del segundo, al menos mencionar que llevó la poesía colombiana en un eterno peregrinaje por toda América. Su verdadero nombre fue Miguel Ángel Osorio, nació en Santa Rosa de Osos, fue maestro, periodista y, ante todo, bohemio. Ese desenfreno con su vida le llevó a escribir uno de los poemas más famosos, bellos y recordados en el país. En los colegios, hasta hace un buen tiempo, obligaban a los estudiantes a memorizarlo como si fuera un vil castigo. Fernando Vallejo escribió de él, quizás, la mejor biografía sobre un poeta en América Latina: Barba Jacob el mensajero. Como buen poeta, murió pobre, solo, desprestigiado y olvidado en Ciudad de México un 14 de enero de 1942.


Del tercero no se requiere presentación. El más joven de los poetas clásicos, nació un 22 de julio de 1895 en Medellín, aunque tenía ascendencia sueca y alemana. Perteneció a Los Panidas y Los Nuevos, grupos artísticos que influyeron profusamente en la literatura colombiana de comienzos del siglo XX. La musicalidad, originalidad y extensión son características propias de su obra, en donde participaron otros de sus heterónimos como Leo Le Gris, Matías Aldecoa o Gaspar von Der Nacht. Como dato curioso, por cosas del destino o del azar, en su casa del barrio Santafé en Bogotá terminó guardada, en medio de torres de libros y papeles desorganizados, la espada de Bolívar robada por el M-19. Allí perduró hasta la muerte del poeta en 1976.


La lista no es prescriptiva, afortunadamente. Gracias a ellos (y a muchos otros), quizás en un proceso de emulación, han salido cientos de generaciones de nuevos poetas buscando la inmortalidad, la quintaesencia y, por qué no, el fracaso. La realidad, dura e intransigente, golpea al poeta como a ningún otro ser:  la existencia es indescifrable, el mundo es hostil, la vida es sueño. Por eso el poeta, como decía Rimbaud, es un vidente que vive en sí mismo todas las formas del amor, del sufrimiento y de la locura. Ojalá, aprovechando la efímera fama que la poesía tiene por estos días, nos incentivemos a escribirla, leerla, vivirla y, sobre todo, apreciarla. Un mundo sin poesía, sencillamente, no tendría sentido.


Recomendado de fin de semana: Calarcá es por antonomasia el municipio poético de Colombia. Qué mejor momento que recomendar a quienes han sido mis predecesores, amigos y maestros: Luis Vidales, Humberto Jaramillo Ángel, Umberto Senegal, Bibiana Bernal, José Nodier Solórzano y un largo, desenfrenado y prodigioso etcétera.      

 
 
 

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Bolívar 65, C1066 Cdad. Autónoma de Buenos Aires, Argentina

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