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El éxito del fracaso

  • Foto del escritor: Juan Camilo Puentes
    Juan Camilo Puentes
  • 17 jul
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 19 jul


Vivimos en un mundo de proyecciones parecido a La Caverna de Platón. En esa alegoría clásica se describe a un grupo de seres humanos que habitan al interior de una cueva. Prisioneros desde su nacimiento, encadenados en sus piernas y cuellos, e iluminados por una tenue luz de un fuego cercano, estos individuos solo pueden observar las imágenes ambiguas que se reflejan del exterior. En el Mito, las sombras multiformes equivalen a la verdad del mundo, una realidad distorsionada de la verdadera realidad que se encuentra más allá del umbral de la caverna.


En alguna entrevista, Chul-Han aseguraba que las redes sociales eran una manifestación del feudalismo posmoderno. Los grandes emporios tecnológicos nos conceden una nueva tierra (digital) mientras voluntariamente ofrecemos nuestro trabajo, libertad e información personal. De manera gratuita y sin ninguna objeción, entregamos parte de nuestra propia identidad e intimidad: las opiniones, los gustos y preferencias, los acontecimientos de la vida, las redes familiares y los lazos de amistad, para que sean mercantilizados por dichas corporaciones. Sin embargo, las redes sociales no solo son feudos digitales, sino también, cavernas que desfiguran la realidad en la que vivimos.


Uno de sus elementos arquetípicos es la proyección del éxito. Las redes sociales viven de fotografías, posts, reels, e historias «exitosas». Aquellos que tienen un ascenso en su trabajo, que se van de viaje a un lugar exótico, que degustan una cena en un restaurante lujoso, se ven compelidos a compartir sus triunfos con los demás. Aquellos que no lo son, que la fortuna no los ha acariciado, se ven en un panorama aún peor: depender de sí mismos, convertirse en sus propios jefes, trabajar incansablemente día y noche para, eventualmente, llegar a tener una vida célebre y ejemplar. En las redes sociales, el éxito no es más que el resultado del trabajo arduo, de la dedicación, del mérito.


Ese paradigma, además de desafortunado, tiene dos problemas centrales. El primero es que reduce irrestrictamente el éxito a una sola dimensión: la económica. En Occidente, cuna del capitalismo industrializado, se suele idolatrar a aquel que acumula dinero. Incluso, le asignamos otras cualidades positivas como la honradez, la responsabilidad, la disciplina o la belleza. Pero esta percepción desconoce otras formas de éxito igualmente válidas y virtuosas. En Oriente, sobre todo en países practicantes del budismo e hinduismo, suele idolatrarse el conocimiento, la experiencia y la sabiduría. No es lo que se puede comprar lo que vale, es lo que se puede aprender para llevar una vida más liviana y compartir con otros para que superen su propio sufrimiento.


El segundo, es que desconoce la importancia del fracaso. Muchos coaches, influencers y falsos gurús aseguran que el fracaso es solo el primer paso del éxito. Allí es donde aparecen fotos de Steve Jobs, Jeff Bezos o Elon Musk fracasando en sus primeras empresas para luego convertirse en multimillonarios. Lo cierto del asunto es que el fracaso en sí mismo, sin condición previa del éxito, puede ser un gran maestro. Por un lado, nos da un baño de realidad pues nos recuerda que no todos en el capitalismo pueden ser multimillonarios. Simplemente, el sistema no lo permite. Y por el otro, nos enseña a tramitar la frustración emocional de muchos aspectos de la vida. No siempre se cumple lo que se desea y no por eso se acaba el mundo.


Hoy en día, se ofrecen píldoras mágicas para paliar el fracaso y llevar una vida exitosa. En redes sociales, en libros de superación, en cursos de autoayuda, etc., se prescriben miles de deberes, procedimientos y recomendaciones. Curiosamente, si el fracaso persiste es porque no se siguieron con cuidado y esmero. En el fondo, no se trata de saltar ociosamente de una receta a otra intentando llegar a la vida esperada. Se trata de analizar con rigurosidad los valores alienantes sobre los que se estructura la sociedad contemporánea. La filosofía es muy útil para ello ya que nos permite darnos cuenta de que las sombras que vemos en las redes sociales no son más que simples distracciones. Mejor aún, nos invita a salir de la caverna, a ver el mundo desde otras perspectivas y a reflexionar hondamente sobre la imperativa y malsana necesidad de encajar exitosamente en él.


Recomendado de fin de semana: hace poco descubrí uno de los textos filosóficos más interesantes y estimulantes sobre el fracaso. Costica Bradatan, filósofo rumano, acaba de publicar Elogio del fracaso editado por Anagrama.

 
 
 

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