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La filosofía y el management

  • Foto del escritor: Juan Camilo Puentes
    Juan Camilo Puentes
  • 9 sept
  • 4 Min. de lectura

Hace algunos días, un ex ministro de hacienda colombiano expresó en redes sociales que el management era más profundo que la filosofía. Profundidad es una noción que puede ser interpretada desde muchas aristas. Las artes, las humanidades y las ingenierías suelen apelar a ella de manera frecuente. Pretender agotarlas rigurosamente en una columna sería un despropósito. Sin embargo, sí podemos inferir (y criticar) el sentido otorgado por el exfuncionario a partir de sus propios argumentos: i) el gerente, a diferencia del filósofo, debe resolver constantemente problemas epistemológicos; ii) la filosofía solo se concentra en plantear cuestiones, no en solucionarlas; iii) la filosofía solo es posible gracias a la riqueza y el éxito comercial que la precede.


El primer argumento confunde el concepto de «epistemología». Por supuesto, el gerente de una empresa, para que sea exitosa, debe conocer los procesos internos, los colaboradores que la integran, los otros competidores del mercado o los fundamentos éticos sobre los que se fundamenta como institución. Pero ello no significa que todo gerente, por ese solo hecho, sepa más de epistemología que un filósofo. Si fuera así, no solamente los gerentes, sino también los servidores públicos, los gobernantes o los deportistas serían expertos epistemólogos. A todos ellos les corresponde conocer la naturaleza, el funcionamiento y las destrezas de sus propias organizaciones si quieren tomar buenas decisiones.


No obstante, la epistemología es otra cosa. Etimológicamente proviene de los vocablos griegos epistēmē y logos que pueden ser traducidos como ‘conocimiento’ y ‘razón’ respectivamente. De allí, que pueda ser definida como teoría del conocimiento, o más concretamente, como la rama de la filosofía que se encarga de estudiar el conocimiento en sí mismo, su origen, su relación con la certeza, su producción a partir de la experiencia y la razón, entre otros asuntos. Históricamente han sido los filósofos (Platón, Aristóteles, Locke, Kant, y un largo etcétera), y no los gerentes (desconozco si alguno de ellos ha escrito algún tratado sobre la materia), los que se han apasionado por esta disciplina y, a su vez, a los que les debemos importantes contribuciones.


El segundo argumento apela a la idea de que el management resuelve problemas y, por consiguiente, posee un valor intrínseco; mientras tanto, la filosofía no sirve para mucho, justamente, porque no resuelve nada y solo plantea problemas. Esta postura puede ser desvirtuada fácilmente. Por un lado, es cierto que la filosofía formula preguntas. Es cierto, también, que muchas de ellas no tienen fácil solución. Por ejemplo, ¿por qué estamos aquí?, ¿qué hay después de la muerte?, ¿qué es la justicia?, ¿qué es la belleza?, ¿qué es la verdad?, en fin. A mi juicio, lo importante no son las soluciones en sí mismas, sino, el camino personal (emocional, intelectual y espiritual), que recorremos para llegar a ellas.


Por el otro, hay un mérito importante en la capacidad para plantear preguntas. En las disciplinas científicas (y esto lo debe saber el exministro que es economista) todo parte de una pregunta de investigación. Esa pregunta permitirá formular hipótesis, trazar objetivos, desarrollar análisis y llegar a ciertas conclusiones. Estas últimas, podrán ser contrastadas con otras preguntas que, de igual modo, abrirán un abanico de nuevas posibilidades para intentar comprender el mundo en el que vivimos. Por ende, las preguntas no son simplemente un elemento inocuo o aislado del conocimiento, son, ante todo, una parte esencial del proceso cognoscitivo, y saber plantearlas podría darnos algunas luces ante los complejos desafíos que enfrentamos en la actualidad.


Finalmente, el tercer argumento sostiene que la riqueza es un prerrequisito para el haber filosófico. En otras palabras, la filosofía no hubiese sido posible sin las condiciones materiales necesarias para que unos cuantos desocupados, con amplia libertad económica, pudieran dedicarse a la contemplación. En parte, esta postura es cierta. Posiblemente Platón no hubiese podido dedicarse exclusivamente a la filosofía si no hubiese tenido algún grado de seguridad económica propiciada por su abolengo aristócrata. O Aristóteles, quien sin la ayuda de gobernantes y mecenas ricos como Hermias o Filipo II, no hubiese podido desarrollar toda su obra filosófica.


Es lógico que la actividad intelectual se pueda ver truncada si se padecen necesidades severas. Aun así, han existido filósofos que han sobrepuesto el pensamiento sobre las adversidades. Se me vienen a la cabeza Zenón de Citio, fundador del estoicismo, quien perdió toda su fortuna en un naufragio; Diógenes de Sinope, pensador de la escuela cínica, quien consideraba que llevar una vida austera era una actitud virtuosa; o Epícteto, también estoico, quien pasó gran parte de su vida como esclavo hasta que logró la libertad de su amo Epafrodito. En cualquier caso, el argumento confunde peras con manzanas. La filosofía puede existir autónomamente (así como lo ha hecho en el pasado) sin supeditarse a un éxito económico y comercial previo, inclusive, puede florecer en los momentos más inesperados y desfavorables.


Hoy en día, todo se tiende a explicar y validar en términos económicos. Si no genera utilidad no existe o, simplemente, no vale la pena. La profundidad de la filosofía, quizás, no pueda ser medida numéricamente. A lo mejor, esa sea su más valiosa virtud. Que nos acompañe en el arduo y farragoso camino de la vida, que nos permita cuestionarnos sobre lo que somos y lo que seremos, que nos invite a construir las bases de un mundo más justo y solidario, de entrada, implica una profundidad inconmensurable. Al fin y al cabo, las empresas van y vienen, pero las cuestiones más elementales, inherentes a la existencia misma, nos acompañarán siempre mientras seamos humanos. Y allí, la filosofía, el amor por la sabiduría, y no el management, será nuestra mejor amiga.


Recomendado de fin de semana: qué mejor texto para iniciarse en el maravilloso y profundo universo de la filosofía que el texto clásico Lecciones preliminares de filosofía del Profesor Manuel García Morente reeditado hace un par de años por Losada.

 
 
 

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